En medio de aquel enjambre de mosquitos, mi sangre envenenada encontró la armonía.
Figuras aleatorias, compuestas de pequeños puntos flotantes, se dibujaron sobre el horizonte. La invasión había comenzado y yo era el objetivo a conquistar. El pánico se apoderó de mi sangre, sabía que el dolor estaba por llegar.
Mi piel terrícola, débil por naturaleza, comenzó a transformarse en un valle cubierto por cráteres.
– Resistirse es inútil, entrégate a sus diminutos colmillos. Pensé.
– Disfruta de su dulce toxina, penetrando tus poros, envenenándote para siempre con su punzante conjuro.
Dolor, dulzura y una comezón que raya en la demencia. Estos son los elementos que complementan esta travesía.
Hoy soy parte de ellos y ellos son parte de mi.
Quizá Serrat optó por cantarle a sus primas las moscas, pero vosotros seres vulgares, me evocais todas las cosas.
*Escrito un caluroso día de mayo.