Federico se despertó con el zumbido de su despertador como todos los días a las 6:45 a.m.
Se levantó, se lavó los dientes, se dio una ducha y se sentó a desayunar. Mientras tomaba su café como todos los días se dio cuenta de que su camisa estaba un poco arrugada.
-Ni modo, no hay tiempo para detalles.
A las 7:15 a.m. Salió de su casa, subió a su auto, encendió la luces porque estaba obscuro y arrancó.
Como todas las mañanas avanzó por la calle del Junco hasta alcanzar a la avenida principal. Las luces mercuriales de la calle jugaban con la sombra de Federico.
Al llegar a la avenida principal un río de luces y ruido lo absorbió. Federico encendió la radio:
– El extraño fenómeno de esta mañan…
Federico cambió de estación
– Los científicos no encuentran…
Federico puso a tocar su cassette favorito de Phil Collins
A las 7:45 a.m. llegó a su trabajo, como todos los días. Subió hasta el 5 piso y entró a su oficina a tientas, pues la luz de neón tardaba en encender unos cuantos segundos. Abrió la ventana y un mar de luces amarillentas se reveló ante él.
Penumbra.
Federico se sentó en su escritorio, encendió su computadora y comenzó a analizar los pendientes del día.
A las 11 de la mañana Federico se levantó molesto y cerró la ventana, el ruido de los coches era especialmente insoportable ese día. Alarmas, gritos, un incendio en la calle, probablemente producto de algún aparatoso accidente.
De pronto sonó el teléfono. Era su hermana Hilda.
– Federico, tengo mucho miedo, el Sol…
– ¿Estoy ocupado sabes? No tengo tiempo para estar escuchando tus necedades hermanita.
Colgó.
A las 2 de la tarde el cielo estaba obscuro y cubierto de nubes. Federico salió a comer. Había gente gritando en la calle. Decían cosas acerca del fin del mundo.
– Cómo detesto a esos Testigos de Jehová.
Llegó a la fonda de la esquina, como todos los días. Pidió un café… nadie lo atendió. Como era cliente habitual se metió hasta la cocina y notó que aún estaban encendidas las hornillas de la estufa. Pero no había nadie.
– Que irresponsables, se salen del trabajo y hasta dejan la estufa encendida.
Se sirvió un café, tomó un croissant de detrás del mostrador y dejó 50 pesos sobre la barra. Decidió regresar a su oficina y comer ahí.
Justo frente a su edificio se encontraba volcado un autobús con el motor aún encendido.
Gritos, llanto, desesperación. Federico abrió la puerta del edificio y se refugió en el elevador.
El resto del día transcurrió sin mayores contratiempos. A excepción del ruido insoportable de la calle.
A las 7 de la noche Federico regresó a casa. Se tardó casi dos horas pues el tráfico era un caos total, había múltiples accidentes, un montón de gente gritando como loca, otros llorando.
A las 10 de la noche Federico se fue a la cama. Había sacado del closet un cobertor pues para estar en pleno mes de julio, estaba haciendo mucho frío.
Cerró los ojos y comenzó a soñar con lo que soñaba noche tras noche:
Que ocurriera algo fantástico que lo sacara de esta maldita rutina.